Recuerdo a Julián


Recuerdo a Julián Infante, del suplemento "Tentaciones" de El País digital del Viernes 15 de diciembre del 2000

"Fue Tequila y fue Rodríguez. Y seguirá siendo, para quienes le conocieron, el rock and roll en persona. Así recuerda a Julián Infante un músico amigo, firma habitual de Tentaciones: Fernando Martín."

NACISTE EN MADRID un 17 de julio de 1957 y probablemente ese mismo día escogiste el rock (¿delineante tú?) como manera de pasar por la existencia.
Con 17 años ya tocabas en alguna banda sin casi nombre, hasta que la primera que lo tuvo, Spoonful Blues Band, llamó la atención de otro chaval, un argentino que había recalado en el Madrid de la transición con la idea de dedicarse a lo mismo que tú. Era Ariel Rot y debió quedar tan impresionado por la manera de desenvolveros que enseguida os entró para un nuevo proyecto que, junto a un cantante argentino Alejo Stivel, os convertiría en leyenda del rock and roll en castellano.
Llegó el éxito de Tequila y te viste junto a tus compañeros, cruzando el umbral de los ochenta con equipo propio y camión para llevarlo, ningún grupo de rock español podía aspirar a tanto, un caché que rondaba el kilo (una fortuna para la época) y la fama total, con todo lo bueno y lo malo que eso podía tener para un tipo con veintipocos años y ansia de disfrutar de todo lo que estaba reprimido en España.
Pero tras cuatro exitosos discos el dinero y los brillos se esfumaron y, en su lugar, surgieron otros fantasmas que ya no te abandonarían nunca.

Serían las sombras de tu estampa de Keith Richards, que se grabó a fuego en la puerta de tus bares favoritos; aquellos en los que la conversación era amable, servían alcohol bueno y barato y sentías que te querían. ¡Cómo no quererte! ¡Lo difícil no era quererte, sino seguirte la marcha!
Pistones, Martirio, Glutamato Ye-Ye, Academia Parabuten, Desperados fueron algunos a los que acompañaste con tu guitarra en los ochenta, años en los que la fiesta continuaba y, aunque algún achaque ya daba los correspondientes toques de atención, parecía que todos íbamos a ser jóvenes para siempre.

Viviste en mi casa porque las cosas no te iban bien y tu compañía me llenó de alegría. Tu vida personal no era fácil, pero, la de quién lo es en este mundo de locos? Sé que amabas, a tu manera, a tus hijos y que te hubiera gustado reconstruir o corregir aquel tramo de tu existencia.
Quizá ahora tu nieto lo consiga.

A final de década, Ariel apareció de nuevo en tu vida y junto a él, Andrés Calamaro y Germán Vilella. Llegaron Los Rodríguez y una segunda oportunidad para ti, que ya habías sobrevivido a operaciones de corazón y al hongo de la cándida, que te afectó un ojo.
Miles de copias, giras llenas de éxito a ambos lados el Atlántico y la fama te hicieron feliz de nuevo.
Pero los fantasmas se habían convertido ya en oscuro presagio, aunque tú siguieras empeñado en continuar viviendo todo a tope. A pesar, incluso, que en 1994 falleciera Manolo, el batería de Tequila. Se acabaron también Los Rodríguez y con la ayuda de amigos de Malasaña pergeñaste nuevos temas que nunca llegarías a concluir.
Después tu enorme fuerza vital comenzó a debilitarse y elegiste tu casa en el corazón de Madrid para aguardar, semioculto, quizá el milagro. Ni en ese momento tiraste la toalla de la diversión. Hasta que llegó el final, el temible Sida.
Como tú decías en broma, parece menterio. Parece menterio que ahora yo esté aquí, escribiendo esto de alguien que se ha ido y para mí fue sinónimo de vida total.
Nadie y mucho menos yo es quien para juzgarte. Ni en un sentido ni en otro. Porque peor que la muerte es la incoherencia, matar la ilusión de los demás haciendo lo contrario de lo que se piensa. Tú tenías muchos defectos, pero no ese. Escogiste cómo vivir y es probable que también cómo morir.
Julián, haznos un favor a todos los que te conocimos: pásatelo lo mejor que puedas donde estés ahora, desafiando todas las normas de la lógica, la corrección y el decoro y acabando con la paciencia del anfitrión de la fiesta, que seguro que será el mismísimo Dios.
Porque la gente como tú, por mucho que se empeñe, no va a otro sitio que al cielo.


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